EL CEREBELO, UN PEQUEÑO GRAN CEREBRO

El cerebelo continúa planteando muchos enigmas a los investigadores. Se ha hallado que no solo controla la motricidad fina, sino que también participa en lo que pensamos y sentimos.

El cerebelo se aloja en la parte posterior de la base craneal, por debajo del cerebro (azul). A través del puente de Varolio se conecta con múltiples regiones del cerebro; también con la médula espinal. Su estructura externa resulta muy regular y homogénea (abajo). Los dos hemisferios del cerebelo se encuentran unidos por una estructura en forma de gusano, el vermis.

En síntesis

Durante mucho tiempo, la función del cerebelo fue desconocida: desde principios del siglo XIX se le consideró como la central que rige, sobre todo, la motricidad fina.

En los últimos años se acumulan los indicios de que una importante parte del cerebelo no cumple ninguna función motora, sino que participa en muchos procesos cognitivos y emocionales.

Es posible que la enorme capacidad de cálculo del cerebelo resulte importante en la infancia para formar la red de conexiones neuronales en el cerebro.

En 1823, el fisiólogo francés Jean Pierre Flourens (1794-1867) escribía: «El cerdo empezó a tambalearse como un beodo, sus patas se movían con dificultad y torpeza, todos los movimientos se hallaban afectados y, cuando se caía, sus intentos para volver a levantarse resultaban inútiles». Flourens, uno de los fundadores de la neurociencia moderna, le había extirpado una parte del cerebelo al animal. Después de la extirpación total —proseguía el investigador en su descripción—, lo único que lograba el cerdo era quedarse tumbado de lado, sin poder levantarse ni andar. Flourens ensayó el mismo método con palomas y perros, práctica que en la actualidad calificaríamos de brutal, pero que en aquellos tiempos constituía la única posibilidad para conocer la función que ejercen las distintas áreas cerebrales. De este modo, comprobó que el cerebelo controlaba los movimientos.

Desde la antigüedad, el cerebelo, un apéndice del cerebro del tamaño de la palma de la mano, ha presentado numerosos enigmas para los investigadores. En el Renacimiento, se creyó que era la sede de la memoria. En 1664, el médico y anatómico inglés Thomas Willis (1621-1675) defendió que regulaba funciones vitales, entre ellas, el latido del corazón y la respiración. Durante los siglosxviii­ y xix abundaron las especulaciones sobre las funciones de esta curiosa estructura alojada en la parte posterior de la cabeza: quizás era responsable del razonamiento, de la percepción, la voluntad, los instintos e, incluso, de la excitación sexual. Flourens afrontó esta cuestión, por primera vez, desde el punto de vista estrictamente experimental. Con su esfuerzo consiguió poner (supuestamente) punto y final al debate.

Durante más de 150 años se consideró que las funciones del cerebelo estaban aclaradas. Sin embargo, los detalles de esta estructura seguían intrigando a los neurólogos que exploraban pacientes con lesiones en el cerebelo y que presentaban movimientos irregulares, titubeantes o limitados. Por otro lado, la mayoría de los investigadores que indagaban las funciones psíquicas complejas de los humanos ignoraban esta parte del encéfalo. Hasta ahora, la situación no ha empezado a cambiar.

FUENTE: https://www.investigacionyciencia.es

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